Esta mañana, al despertar y como hago siempre, he utilizado
el teléfono móvil para apagar la alarma y luego he entrado en twitter. Lo hago
siempre, desde la cama. A veces me llevo gratas sorpresas; en otras ocasiones
alegrías o preocupaciones. Lo de hoy no tiene descripción.
Un jarro de agua fría cayó sobre mí cuando descubrí la
noticia de lo que parece ser el final de una pesadilla. Tras este mal sueño de
11 meses, parecía que despertaríamos con un desenlace feliz, todos teníamos esa
esperanza. Sin embargo, no ha sido así.
Los restos calcinados que se hallaron en la finca de ‘Las
Quemadillas’ durante la primera visita de la policía tras la desaparición de
los niños han resultado ser restos humanos: los restos de los pequeños Ruth y
José.
Paradójicamente, el nombre de la parcela donde la familia de
José Bretón tenía la casa de campo no ha podido ser más descriptivo.
No voy a entrar a juzgar a este parricida porque ya todo el
mundo tiene en su corazón calificativos que lo definen. Solo diré que hay que
estar muy enfermo para hacer una cosa así. Más enfermo aún debe estar alguien
que, por dinero, lleve once meses defendiendo la inocencia de un asesino y
ahora, casi con toda seguridad, tenga en mente recurrir a una supuesta
enfermedad mental para restar años de condena a su cliente.
Mención especial tiene también la familia paterna de los
pequeños. Mi mente aún no es capaz de buscar significado a la forma de callar
el caso de la manera que lo han hecho, incluso pensando que hubieran podido
estar en la finca durante los fatídicos acontecimientos.
Descansen en Paz, Ruth y José. A Ruth Ortíz y a su familia,
mi más sentido pésame.
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